Escribir sobre salud mental, en estos tiempos del Clonazepam y el Circo (citando a Fito Páez) es una locura. Pensar en las altas cifras de depresión y ansiedad en la sociedad chilena, puede ser una aberración si en los párrafos continuos ejerceré mi derecho a quejarme del negocio farmacéutico vendedor de bienestar.
¿Por dónde empezar?
La Salud Mental, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) se define como: un estado de bienestar en el que el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presionas normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.
A simple vista, o a la primera lectura, parece ser una definición, sin embargo, al observar con calma lo que hay detrás de este párrafo, parece ser, que esta salud mental responde a algo o alguien (para los más conspiratorios). Es funcionar en el mundo, para que el mundo funcione.
Estar bien, para que el lugar donde trabajo avance bien. Más parece responder al mercado, que a la vida misma.
La definición además, no contempla a los niños y niñas, no distingue en el género, y en cómo se va construyendo el bienestar. Y habla de las presiones “normales” que claramente son construidas.
Y es en la normalidad, donde saltamos a Foucault, quién entiende la enfermedad mental (o locura) como producto de figuras culturales y que nace a partir de prácticas institucionales u discursos que se instalan por procesos socioeconómicos, y que van construyendo esta supuesta “normalidad” en el discurso,que es impuesto en cierto modo, por la institución.
Y no es ajeno este discurso al bienestar o la salud mental, que hoy,por si no lo sabía, puede comprar en farmacias. Las farmacéuticas, hoy en día, son parte de esta institución patologizadora constructora de enfermedades.
Mientras la OCDE habla del aumento de la depresión y ansiedad, y la poca responsabilización de los gobiernos sobre la salud mental de los ciudadanos y ciudadanas, las compañías farmacéuticas se empeñan en generar aquellos medicamentos estrella, que convenzan a la población de ser la única solución, así como el estrés, el déficit atencional, y tantos otros que han aumentado considerablemente, y curiosamente con la llegada de nuevos medicamentos.
Y es porque hoy nos han impuesto lo que es la salud mental, y el bienestar se vive en solitario. Libros de autoayuda nos hablan del éxito, de la autonomía, y de encerrarse en un círculo de bienestar.
Los gobiernos no invierten ni crean políticas de salud mental, por que no creen la colectividad, ni en lo que puedan generar las personas para su propio bienestar. Hoy las políticas en salud mental, invierten a un aspecto ligado netamente a lo medico, a lo farmacéutico. Pastillas para el estrés, pero no se piensa en mejorar condiciones laborales.
¿Vamos a permitir que el bienestar se transforme en un producto de consumo?
Insisto, la felicidad, no se vende en farmacias.
El bienestar no es encapsulado.
La salud mental, debiera ser una definición diferente que responda a la historia y el contexto de las personas, que se construye desde nosotros y para nosotros.Desde los propios recursos. Desde la propia subjetividad. No desde una cultura dominante, que construye a otro lleno de carencias y sin recursos.
Seamos protagonistas de nuestro bienestar. Esa es la invitación.